(I)

La palabra escrita como canal de comunicación entre seres humanos es una autopista de doble sentido. Con dieciséis carriles que se colman y se vacían siguiendo el misterioso ritmo del diálogo a dos. Me propongo en esta nota transmitir algunas de las posibilidades que ofrece el uso de la escritura en terapia, sin pretender agotar el tema, que es inagotable.

En terapia, podemos abordar el uso de este recurso desde dos puntos de vista: el de quien escribe y el de quien acompaña. 

Para quien escribe, no es lo mismo escribir y guardar las palabras en un cajón privado, que escribir y ser leído. El hecho de saberse «leído» ya produce en quien escribe la sensación de existir para un otro, derribando las murallas de su soledad. Tampoco es lo mismo, para quien escribe, leer en voz alta las palabras escritas, sentir en el cuerpo las resonancias del texto ni, mucho menos, darle cuerpo y voz al texto mientras lo traduce en acciones. Este proceso de encarnar el texto y llevarlo a la acción, que es propio de las artes dramáticas, puede tener lugar en el contexto terapéutico, dando pie a la coherencia entre pensar, decir, sentir y actuar, lo cual es de un valor incalculable en los procesos de sanación y crecimiento. 

Desde el punto de vista de quien acompaña, cuando nos aproximamos a un texto escrito por un alumno, cliente o paciente, es importante mantener el equilibrio entre la escucha interna, atendiendo a las resonancias que el texto tiene en mí, y la escucha externa. Al atender el texto conviene tener en cuenta que las palabras escritas, a veces, son como diques de contención para lo innombrable, temido o prohibido. Otras veces, son pantallas de humo que ocultan, despistan, emborronan. A veces son puertas abiertas a un universo de intimidades y secretos, otras veces gritos de ayuda, sirenas de alarma, amenazas vestidas con traje de fiesta. Al ingresar en el mundo simbólico del otr@,  hemos de considerar cuidadosamente este juego de espejismos polisémicos que produce la escritura y escuchar nuestra intuición, nuestro sentir profundo en relación a la persona que estamos leyendo.  Solo así podremos desmontar el dique, atravesar la puerta o escuchar el grito. Es crucial, en el proceso terapéutico con la escritura, tener en cuenta que la persona no es un saco de metáforas. Puesto que nuestr@ cliente está encarnado, conviene preguntarnos cómo siente ese corazón que escribe «la casa de mi lengua se quebró en pedazos al tropezar con el cristal de su ausencia», cómo acompaña el diafragma el terror de sus versos, y hemos de estar preparados para acoger los escalofríos, los temblores y el colapso que implican entrar en contacto con la tierra inefable de lo traumático. También, saber reconocer cómo brotan detrás de algunas palabras el hálito de vida, la luz de la esperanza, la dirección de un posible crecimiento.

La escritura es, tanto para quien escribe como para quien acompaña, un espacio de reflexión, maravilla y aprendizaje en la tarea de «hacer» eso que llamamos terapia y que tanto se parece al arte.

(II)

Al hacer uso de la escritura en un proceso terapéutico, es interesante poder mantenernos a la expectativa de los secretos al acecho. 

¿Qué quiero decir con esto? 

Con la práctica de la escritura que vengo proponiendo, vamos a ir “levantando” de las capas subconscientes distintos materiales que la persona estará más o menos dispuesta a elaborar. Esos materiales emergen a la superficie del texto tomando formas más o menos directas, elusivas, metafóricas o desplazadas, por decirlo de algún modo. Esto quiere decir que a veces la persona sabe y no sabe sobre qué escribe, siente y no siente lo que dice, está preparada y a la vez no lo está para afrontar los contenidos que su texto evoca. 

Entre estas dos aguas nos movemos al trabajar el texto en contexto terapéutico, tanteando sobre la superficie de las palabras, veremos si es posible disolver el vehículo metafórico y abordar la experiencia que encierra desde el punto de vista somático, emocional y cognitivo, para acompañar a nuestro cliente, alumno o paciente a asumir plenamente el mensaje existencial que le trae el texto. 

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Faustina Hanglin, Terapia corporal, artística y de sueños